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Un Castillo en La Rioja


Comienza el otoño y en La Rioja hay un clima de soledad, no porque sus pobladores sean asi, sino porque el miedo a la nueva ola del Covid esta latente. El auto transita por rutas desiertas y paisajes únicos que sube y baja entre cerros que cambian de colores. Cardones como pinceladas atraen a cualquiera que no es de la región. Ríos secos que cruzan el camino dan una idea de cuanto el agua corre y se lleva todo agrietando a su paso a la tierra. No hay prisa en llegar y aprovecho a meterme por un camino de tierra, sin alambrado, arenoso, con pequeños arboles que parecen que hacen un gran esfuerzo para crecer. La camioneta forma una nube de polvo hacia atrás y al final del camino empalmamos por un pequeño desvio angosto, asfaltado justo en una esquina con casas de piedras y sin ochava. Nos estamos internando de a poco a un túnel de otra dimensión, donde el ritmo cambia y los nogales y olivos dan una pincelada única en el paisaje. El pueblo de San Pedro es el primero. El auto sigue trepando. Luego viene la localidad de Santa Vera Cruz en donde el camino cruza la plaza principal con su Iglesia y seguimos hacia arriba. Esquivamos desprolijamente pozos, tierra, pequeñas casas, árboles y de repente, alli esta, para nuestra fiesta visual, el castillo.


Don Dionisio Alberto Aizcorbe, santafesino, vino a enamorarse de este paisaje. Y no es para menos, enclavado a unos 2.000 msnm y con una vista de cerros y valles, uno no deja de maravillarse. Y alli es donde plasma su obra, mezcla de culturas, creencias, divinidades, colores, magia, agua, tierra, aire y fuego, flores, imágenes, palabras…… todo, absolutamente todo, te absorbe y solo aquel que pueda abrir la mente y el corazón entenderá su obra.

Entre carteles con frases que a uno lo deja pensando en el sentido haca donde va o o no la vida y el rumbo en que queremos ir, entre colores intensos y leyendas de vikingos, entre armonía y desorden, las puertas de lo que era su casa se abren y en una habilitación podemos ver parte de su vida, alli, donde él con sus propias manos realizó esta imponente obra de locura, amor, espiritualidad, filosofía de vida para todo aquel que quiera entrar.


Al morir en el año 2004 y con 84 años todo se detiene y la decadencia propia del tiempo comienza a hacer efecto sobre su obra. Un visionario compra el lugar y lo vuelve a reconstruir, llevándolo con todo el esplendor al visitante curioso que quiera experimentar algo distinto y atrapar un pedacito de su filosofía de vida.

Los invito a mirar este orden desordenado de colores e imágenes y a dejar libre la imaginación.



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