Desde Roque Pérez la ruta 205 la dejamos a un lado. Nuestro camino zigzaguea entre alambrados y tierra que va tiñendo la camioneta, los botes, las bicis y la casa rodante, sin embargo el traqueteo va acomodando todos los bártulos que transportamos y nos vamos mimetizando muy pronto con el paisaje. Por la ventana vemos pasar parcelas de campos coloreados de distintos amarillos en todos sus matices, algún tractor verde pintado suavemente a lo lejos y en ese momento nos dejamos llevar. Es cuando mi mente comienza a hilvanar detalles históricos de esta región.
Hacía unas semanas había estado en el Castillo Del Carril, muy cerca de la Laguna de Lobos, que también por allí esta el pueblo de Salvador María y ahora íbamos rumbo al pueblo Del Carril…..en cuantos apellidos se habrá dividido la Argentina por aquellos años ….. Seguramente muy pocos, porque toda la historia gira alrededor de familias acaudaladas que fueron trozando esta República, hasta…. Hasta el límite en donde la vista pega el horizonte y de repente un pozo me saca de este pensamiento y aparece el Arroyo Saladillo, que me lleva a imaginar los botes flotando algún día por allí.
Aparece Del Carril, un pueblo tranquilo y diseñado en base al tren y todo lo que implica sus movimientos económicos y sociales de aquella época. Nos recibe una imagen magnifica, una chancha bajo el cartel “Del Carril”, descansando tranquilamente y aprovechado el ultimo sol de esta tarde de invierno. El monte al lado de la estación permanece firme meciéndose por la pequeña brisa del viento, su estación cerrada pero prolijamente conservada. A la vuelta, custodiando los galpones tres lechuzas hacen de vigia y nos observan como intrusos a nuestro pasar.
El camino se pone más pesado, arenoso y continuamos nuestro recorrido rumbo al siguiente destino, Cazón, otro pueblo rural con una particularidad, es conocido como el “pueblo del millón de árboles”, ya que desde 1910 ostenta el primer vivero municipal “Eduardo L. Holmberg” en donde cada año realiza una expo Vivero, muy importante en toda la zona.
El sol cae en la tarde fría de invierno, se prevé una linda helada, así que muy cerca del vivero, al costado del camino y bajo la protección de los arboles nos ubicamos y en el brillar de las primeras estrellas ponemos en marcha la cocina para calentar los estómagos y pasar la noche bajo las cobijas del silencio.
Hasta la próxima aventura!
Agradezco a mi compañero de viaje Santiago Sills, que al igual que mi curiosidad extrema, traza rutas por lo impensable del mapa y disfruta de cada kilómetro recorrido.