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Nieve de Sal – Lago Epecuén - Pcia. de Buenos Aires


Si miramos el mapa hacia el Oeste de la Provincia de Buenos Aires, aparece una pincelada de agua que juegan un papel importante en esta depresión que tiene la zona, una sucesión de lagunas entrelazadas formando un cordón natural, que sostienen este ecosistema. Entre ellas se destaca una laguna, no solo por una historia particular, sino por el nivel de salinidad de sus aguas, conocida como Laguna o Lago Epecuén. Es la ultima de todas ellas y no por eso la menos importante. Los niveles de agua suben y bajan según los años de sequia o lluvias y asi también los extremos de estos fenómenos afectan no solo al lugar en si, sino también a las poblaciones cercanas.


Podríamos hablar de desastre que provoco en 1985 la crecida inusual o podríamos hablar de las bajantes que descubren sus lechos salados dando una visión diferente e inigualable en otras partes del mundo, podríamos también hablar de las propiedades curativas de sus aguas, mas saladas que el Mar Muerto o podríamos hablar de sus colonia por miles de flamencos que anidan en la parte considerada intangible de la laguna, pero todo esto esta alli, haciendo un click en internet y para el que quiera esta a su alcance. Voy a tratar de describir a este hermoso Lago de Epecuén desde el agua, desde donde el viento acaricia esta pampa y lo transporta a través de este lugar encantado.

Mi bote esta ansioso por flotar. Nunca probó esa sensación de casi, casi, no tocar el agua. En la orilla este año se formó lo que se conoce como nieve de sal y al apoyar el casco del bote, éste se desliza suavemente, casi sin hacer fuerza, hacia el agua salada. El ruido de los granos es suave y parece acariciarlo invitándolo a remar.


Me subo rápidamente y como si fuese arisco, el bote se torna mas inestable que lo normal. Miro el agua, un verde que no se quiere mezclar con lo líquido y me veo reflejada. Hoy no hay viento, no hay brisa, no hay olas, es realmente un espejo majestuoso. Me alejo de la costa con bordes blancos y comienzo a remar. Mi reflejo me persigue, juega con la estela del bote. No hay espuma como en otros lagos. La pala entra y rompe solo un segundo el hechizo. Llegamos al borde de lo que era el terraplén del viejo pueblo hundido. Un olor de mezclas de puerto marítimo y excremento de aves llenan mi nariz. De repente levanto la vista y detrás, justo delante mío, un pequeño grupo de flamencos levantan vuelo. Mis ojos se llenan de rosa, de libertad, del sonido pesado de esas alas que se elevan al cielo y sin mirar para atrás escapan de todo movimiento del ser humano. Feliz por ese rumbo que los llevan hacia otro lugar secreto, no paro de mirar.


Cuando bajo la vista, entre pedazos de cemento gris asoman algunos palitos o resto de vegetación indefinida que cargan pompones de sal. Como una cobertura de chocolate blanco caen los cristales hasta tocar el agua. Remamos hasta un manto blanco y la proa del bote toca el borde. Debajo de esa capa blanca un color verde igual que mi bote asoma. No quiero bajar, no quiero dejar mis huellas alli, no quiero arruinar ese paisaje único, ese regalo de la naturaleza. Los cristales de sal son los mas gruesos que he visto hasta el momento. Levanto uno y el sol hace brillar todas las caras de ese diamante perfecto.

Avanzamos hacia el bosque frente al Frigorífico. Allí, majestuosos, reflejan su alma. Blancos. Agarrados fuertemente con sus raíces bajo el agua. Todo se confunde, todo, no hay horizonte, todo es doble, no hay límite en ese escenario. Agua, árbol, reflejo, blanco, marrón y las proas verdes y amarillas de los dos botes espían sigilosamente este cuadro.


La tarde cae, el frio también. La casa rodante nos espera y el calor de un fogón entibiará esta noche larga y silenciosa. El sol cae y nosotros como espectadores de una única obra, solo nos queda aplaudir hasta que baje el telón del atardecer.


Hasta la proxima aventura!!!

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