La camioneta entra en un túnel de selva formoseña levantando polvo y la vista se impregna de ese verde característico en donde se te llena la retina de naturaleza. Algunas mariposas verdes y amarillas pintan el espacio como bichitos de luz por la noche en el mismo paisaje. Mis oídos se abren, se sumergen en lo inimaginable, en lo que he soñado tantas veces, el estar allí. Graznidos, cantos, chillidos se desprenden del follaje y se transforman en una canción continua que mis oídos no paran de deleitar. Son miles y miles de aves, que juntan forman el coro de todos los días.
Entrando a Fortín La Soledad todo es color marrón al igual que esta hermosa tierra formoseña. Su gente abre sus brazos tratando de mostrar el tesoro celosamente cuidado, donde tienen el privilegio de vivir.
Esa tardecita salimos al bañado con José y Chilo Ruiz, hombres de tez marrón como su tierra, impregnada de esa paz, dispuestos a mostrar este humedal, remando con tranquilidad y con su mirada calma que lo ve todo. Poco a poco uno va entrando a ritmo y nos vamos mimetizando con el todo. El sol cae y la primera impresión de esas aguas me daban un panorama de lo difícil que sería remarlo sin perderse.
Esa primera noche la gotita se encontraba en el mejor lugar, con la puerta hacia el bañado. Los sonidos de la noche avanzaron como asi también los mosquitos, amigos inseparables de estos lugares. Miles de bichitos de luz brillaban alrededor del fuego. La silla con la vista hacia las miles de palmeras, el kayak esperando ser tirado al amanecer, ymientras el sueño cae, despacio, aletargado, uniéndose con la oscuridad.
El sol todavía no salió, sin embargo, los kayaks ya están abajo. Y comienza el maravilloso despertar de la tierra. La claridad va ocupando cada rincón, los sonidos cambian, el aroma a tantas plantas acuáticas llega a mi nariz. Y cuando el primer rayo de sol asoma, el bote toca el agua transparente, fresca. Dejo pasar lado a lado la pala, acariciando el agua para no molestar a miles de repollitos y camalotes que taponan la salida. Mosquitas pequeñas bailan tranquilamente sobre ellos. Arañas diminutas se mueven apresuradas y corren entre hoja y hoja. De repente miles de aves levantan su vuelo matutino. El ruido es ensordecedor, el cielo se pone negro de tantas. Dan una vuelta en circulo y vuelven al mismo lugar. Mas allá los Yabirú mojan su pico negro y al moverse, brilla tanto que parece que tomase parte de la luz del sol para lucirse. Garzas y cigüeñas compiten con su canto. El bote va buscando pequeños senderos que deja ese campo verde de plantas. La costa y las pocas referencias pronto desaparecen, y uno se encuentra inmerso en un paisaje que es muy difícil orientarse si no es del lugar. Con mas de 300 especies de aves, entre palmeras y los champales o arboles muertos cubiertos de enredaderas forman un ecosistema único, que nos recuerda que hay que preservar.
Me voy de este lugar con miles de sensaciones y sentimientos, con miles de miradas en pausa, de observación a la naturaleza, a lo mágico y a lo enorme que es todo, a lo diminuto que somos y al mismo tiempo a lo privilegiados que podemos ser en estar allí, simplemente siendo observadores, sin alterar nada, dejando todo como esta para que otros, que quieran apreciar una partecita de un ecosistema único, puedan acceder.
Hasta la próxima aventura!
Gracias a mi amigo Gero, de Chroga Turismo Activo, por los datos brindados.
Gracias Jose, Chilo y su familia. Recomiendo colaborar con la compra del libro donde se detalla la expedición realizada por el Pilcomayo – Bañado La Estrella, integrada por Chilo Ruiz, allí uno toma la dimensión del Bañado y lo inaccesible de la región Chaco Formoseña.
Gracias a Ariel Lanza, compañero de esta aventura, que soporto mi incansable curiosidad.
Como siempre a mi flia que me siguen a través del mapa papel.
Y por su puesto, a todos los lectores que me envían cariños y me incentivan a seguir escribiendo desde los lugares mas ocurrentes. Gracias. Gracias. Infinitas Gracias.