Exploración Rio Areco – Parte I
- Adriana Buchele
- 11 feb 2022
- 3 Min. de lectura
Febrero. La camioneta con los dos kayaks se mueve constantemente por los pozos de los caminos rurales. La polvareda forma una nube detrás que impide la visión. Por delante una de las tantas tranqueras se abre. Desde el campo “Los Abrojos” iniciamos esta exploración de un rio de llanuras color marrón oscuro y de poca profundidad, zigzagueante y con costas altas que conservan una franja tupida de acacias, por cierto, planta nativa de Estados Unidos y plaga para nosotros, invasora de miles de hectáreas, muy difícil de erradicar y para los que acampamos, es la enemiga de las colchonetas inflables y carpas, que con sus espinas grandes y duras atraviesan todo lo que uno pisa y apoyamos en el suelo. Desde una barranca colgados de los yuyos, partimos.

El bote va de aquí para allá buscando profundidad, acostumbrado a mojarse en cualquier hilo de agua que ubico en el mapa. En las orillas pasan kilómetros y kilómetros de acantilados, imposible para el acampe. Las acacias por momentos se tocan formando un túnel que da sombra. El día esta nublado, las nubes espesas y grises pasan rápido y en el silencio de la llanura se escucha el crepitar del viento, que se va trasladando a gran velocidad por lo alto del monte rivereño. La tosca del fondo del lecho esconde miles y miles de “viejas del agua” que se esconden al reparo de la corriente. Con cuidado, cada vez que bajo mis manos para empujar el bote atascado, verifico no tocar ninguna. Miro hacia adelante y diferentes especies de patos nadan con sus crías a pocos metros del bote. Mas lejos garzas y algún otro cisne blanco asoman en la curva. También espátulas rosadas celosas de ser fotografiadas a diferencia de los biguás que en bandadas pasan volando. Chajás ruidosos se van comunicando y anunciando nuestra pasada. Cigüeñas también lejanas se destacan por su porte erguido, refrescándose las patas. Como en muchos arroyos bonaerenses, el Martin Pescador me muestra el rumbo. Cuando remamos por arroyos de la provincia, ellos siempre vuelan un tramo y esperan a que el bote este a pocos metros para luego volver a volar y posarse nuevamente un poco mas adelante. Aquí ese rito fue por horas, mientras sumaba kilómetros en el bote. Las golondrinas también hacen de la suya con vuelos rasantes cercanos a mi cabeza desplegando ese color azul tornasolado que brilla bajo los rayos de sol que atraviesan el espeso bosque de acacias.

Pasan las horas y la búsqueda de la zona de acampe se empieza a complicar. Algunas nubes tiran gotas y antes de una curva asoma una zona de pisadas de vacas, único lugar cómodo donde parar. El fuego arde pronto y un pincho con carne de pollo y verduras se resiste al fuego. Los botes descansan de una jornada larga en horas pero corta en kilómetros. Bajo las acacias el rio marrón corre sin prisa y los ruidos nocturnos son los protagonistas junto al grupo de vacas detrás del monte.
Mañana….mañana será otro dia que mis ojos podrán disfrutar.
Hasta la próxima aventura!
Agradecimientos:
A Diego y Virginia que nos trasladaron y pudieron compartir la carga de botes y el revuelo antes de partir.
A Estancia Los Abrojos por abrirnos las tranqueras
A Santigo Sills, no solo compañero de esta aventura sino también en facilitar contactos para diagramar e iniciar esta exploración.
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