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COCHICÓ, Pequeño Paraíso


La pampa bonaerense es tierra de campos fértiles que en esta época se pintan de amarillo y el calor abrazador se compensa con algunas tormentas de verano de muchos ruidos y “pocas nueces”, como se suele decir por estos lados. Muchas veces los altos cúmulos como pompones blancos se elevan y se elevan en el horizonte amenazante para luego anunciarse y no asistir a la desesperada sed del campo.

Una mancha en el mapa, alargada y de forma de pequeños ojos forman las encadenadas del oeste. Lagunas todas diferentes, con su historia y su fauna que la embellecen y con unas aguas que van de dulces, al extremo de saladas, tan saldas que superna al mar muerto. En este viaje recorro solo dos, la laguna de Cochicó y la laguna del Monte a los pies de Guamini. En relatos anteriores navegue y rodé la laguna de Epecuén y La Paraguaya, las casi ultimas de estas encadenadas.


En una zona de la laguna de Cochicó se encuentra un hermoso bañado formado por juncales, pequeña islas de barro y poca profundidad, lugar ideal para albergar a miles de pájaros. Justo alli, en sus orillas se encuentra el Pesquero “Pequeño Paraíso Cochicó” que con tanta amabilidad y predisposición nos regaló un pedacito de su suelo para hacer base del campamento y desde alli recorrer la zona tanto en bicicleta como en los kayaks.

El sol cae, el fuego comienza a arder y sentada desde la reposera se abre el telón del atardecer. Pájaros alborotados van y vienen en su último vuelo del día. Las gaviotas que por la tarde custodiaban el terraplén de entrada al pequeño puerto del Pesquero, comienzan a reagruparse en la isla de barro. Patos con picos de colores buscan entre los juncos su escondido nido para pasar la noche camuflados de los animales nocturnos. Las espátulas rosadas, que por la tarde buscaban sin cesar con sus picos su alimento al ras del agua, se unen y forman una sola mancha rosa, quieta que se va iluminando con la luz de la luna que va saliendo tímidamente por detrás del monte. Me acomodo aún más en la silla para disfrutar de esta película. El ruido del fuego asusta a una liebre que pasa a pocos metros. Ya se sienten pequeños insectos que vienen a rozarme la piel. Sonidos lejanos de pájaros que despiertan solo en la noche. Una brisa mueve las hojas y deja caer el polvo del verano. Fijo la vista, algo se mueve, dos manchas luminosas me miran, y de repente, como rodeándome, un zorro camina despacio. Su cola elevada se ve gruesa y espumosa. Mira, para y vuelve a mirar. Me quedo quieta y él, me sigue mirando. Solo el ruido de la braza quemándose se interpone entre nosotros. Sus ojos me miran con tranquilidad como diciendo, “te presto este lugar por unos días” y se va, indiferente y dejándome boquiabierta. Miro hacia arriba, un cielo blanco de estrellas se reflejan en mis ojos mientras pienso lo diminutos y vulnerables que somos. Por ese instante me siento afortunada de tanto y me duermo soñando en rosado.


Hasta la próxima aventura!


Agradecimientos:

Al Pesquero Pequeño Paraíso Cochico por abrirnos la tranquera.

A Santiago Sills compañero de este viaje.




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