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DE AMORES Y ODIOS ETERNOS - LOBOS - PCIA. DE BUENOS AIRES


Mis pies giran y giran al ritmo del pedal de la bicicleta, corren vientos fríos de invierno, pero en el aire se mezclan historias del mes de abril, del mes del cumpleaños de Tuburcia. Oigo subir por las escalinatas del palacio a una criada, vestida de blanco y negro, apurada. En su mano lleva un hermoso cepillo de cerda de jabalí, con mango de madera celosamente tallado. En su habitación Tiburcia se prepara para la gran fiesta. Algunos invitados llegaron en el tren de esta tarde dispuesto especialmente para la ocasión. Sus equipajes de cuero y madera son llevados cuidadosamente a las habitaciones para los invitados. Algunos traen los obsequios de cristal para la homenajeada. Otros traen los instrumentos de la gran orquesta que estará dispuesta afuera, en el balcón principal. El portón se encuentra abierto e invita a entrar con el carruaje. Bandejas de plata pasan de mano en mano acomodándose en la gran cocina, listas para ser cargadas de manjares. Las copas de cristal traídas de Francia, con borde dorado, son repasadas por un joven muchacho que con el trapo blanco en mano la hace hace girar una por una, produciendo un sonido único que se confunde con el ir y venir de los pasos.


Las ollas están humeantes y afuera los asadores dispuestos de tal forma que con solo mirar parece aún más impresionante. Hacia el fondo se puede apreciar la vegetación dispuesta con esmero por el paisajista Carlos Thays, que da una ligera idea de estar en algún jardín europeo. En el interior los grandes espejos hace que todo parezca aún más grande y reflejen los tapices traídos en barcos y dispuestos en algunas paredes, provocando una sensación de embriaguez que invade a los invitados.

Freno de golpe. Estoy en la puerta. No puedo pasar. No estoy invitada esta vez. Dejo mi bicicleta a un lado y solo observo. Tiburcia desde su ventana sigue peinándose. Una criada la empolva y otra tira del corset. Su cintura se ciñe y sus mejillas se enrojecen. Luce esplendida a sus 80 y pico de años. Por la otra ventana veo reflejado un mausoleo y sentado en un sillón rígidamente mirando el horizonte esta Salvador María del Carril, que desde el cementerio de la recoleta se proyecta, negándolo todo. Me limpio los ojos y vuelvo a mirar desconfiada y al mismo tiempo me saco el casco de la bicicleta y lo dejo apoyado en un poste de alambrado. Cuando vuelvo a mirar mis ojos ven un castillo herméticamente cerrado, silencioso, con paredes despintadas, un jardín amarillo de invierno vacío de carruajes y una brisa me susurra al oído “amores y odios eternos”… y me pregunto, habrá sido eterno?



Recomiendo leer la rica historia de Salvador María del Carril y su esposa. Ambos se encuentran en el Cementerio de Recoleta. En su mausoleo, las tumbas están enfrentadas, él sentado en un sillón mira para un lado, ella, dándole la espalda, mira el lado opuesto. El porque, es parte de los secretos de alcoba, que será o no será cierto, porque en definitiva, que sabemos nosotros de lo que pasa en cada casa puertas adentro?

Castillo del Carril ubicado muy cerquita de la laguna de Lobos. No se puede acceder a su interior, sin embargo se puede fotografiar desde una distancia prudencial.



Hasta la próxima aventura!!!!



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